No
voy a mentiros, este es mi campo de batalla. Lucho sin armas, pero de
eso no hay duda, siempre he luchado como un loco sin cura.
Llegué hasta ella sin tener que buscarla, sólo una sonrisa bastó para que mi mundo se detuviera en seco y cambiase de eje.
Ahora que la tengo.
Puedo
luchar por sacarle una sonrisa, con la fuerza que mi propio cuerpo me
permite, puedo luchar por verla feliz con la fuerza que mi mente me
brinda.
Y no siempre es fácil, no siempre es fácil ver cómo ella
lucha contra sus propios demonios e impide que le salgan las lágrimas
cuando habla de su casa.
No es fácil verla mirar al cielo para
que sus mejillas no se inunden, ni verla morderse los labios o la lengua
cuando tiene ganas de explotar.
Sobre todo cuando sabes que no
puedes evitar que ella esté así, porque ella es así y, la verdad, es más
difícil saber que eso no lo vas a poder cambiar.
Si no sabes que
por su espalda se desliza un mar de dudas y no recuerdas que por su
sonrisa se esconden momentos realmente tristes, no la conoces.
Aunque
sepas que se cepilla los dientes paseando por casa, que sonríe cuando
está bajo la ducha, que canta porque es la mejor forma que conoce de
desahogarse.
No sabes quién es hasta que la ves despertarse con
una de sus enormes camisetas y pasear por la casa sus pequeñas piernas
gorditas hasta la cocina, a por el primer vaso de leche del día.
Pero
te enamoras de ella, porque tiene una sonrisa que enamoraría a
cualquiera, y unos ojos castaños en los que te perderías, a pesar de ser
unos ojos 'corrientes' porque no es el color, es la forma de mirar, y
ella te va a mirar como si no existiera nada más importante en el mundo
que tú.
Y si la besas, y si tienes la suerte de besarla, contén
la respiración y memoriza ese momento en el que intenta que tu boca y la
suya encajen perfectamente para hacerlas sentir cómodas.
Porque si lo hace así, créeme, le gustas.
Le gustas tanto como yo.
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