lunes, 17 de octubre de 2011

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Érase una vez una princesa que vivía en un lejano reino con sus padres. Un día la reina le dijo que buscase entre los jóvenes del pueblo al que sería su esposo. Vio varios grupos de jóvenes. Muchos de ellos eran altos y robustos, otros más bajitos... hasta que si vista se posó en uno que estaba sentado al fondo de un callejón.. El muchacho era de piel morena, delgado y no muy alto. Tenía los ojos claros y estaba leyendo un viejo y dañado libro. La muchacha se le acercó y le tendió la mano. Él levantó la cabeza del libro y observó a la hermosa muchacha. Al darse cuante de quien era, hizo una sutil reverencia, que ella interrumpió. Ella se presentó con su nombre de pila y le preguntó el suyo. No le contó su cometido, pero lo llevó con ella a palacio. Era un joven inteligente y educado. Pasaba tardes enteras charlando con el rey sobre las mejoras en la dirección del reino. Las mañanas las pasaba en las cocinas, ayudando a cocineras y sirvientas en sus tareas. La princesa adoraba a el chico más que a otra persona en su vida. Incluso ella se había prestado a ayudar a los trabajadores del castillo, pero ellos se habían negado. Estaban para servirla a ella. Entonces el joven la cogía de la mano y salían juntos a pasar la mañana en el jardín. Ella era feliz y todo lo que él había soñado. Él creía que ella era una persona muy interesante. Era estudiosa e inteligente, pero demasiado tímida. Una noche en los jardines él le preguntó porqué había elegido a un muchacho tan corriente del pueblo para comprometerse. Ella sólo contestó:
-Porque mi vida en palacio no era productiva sin alguien que no me tratara de tú.
Él la miró aún sin comprender, y por primera vez en los pocos meses desde que se conocían, ella se acercó a él lo suficiente como para rozar sus labios. Él estaba cada vez más sorprendido por los actos de la princesa. La llevó a sus aposentos para desearle buenas noches y salir del castillo. Ella lo besó más apasionadamente y le pidió que durmiera con ella. Él se sonrojo y se limitó a disculparse con excusas que poco podían evitar las ganas que él tenía de hacerlo. Salió apresuradamente de la habitación, pero volvió a entrer y le pidió matrimonio a la princesa. Ella aceptó gustosa.
Prepararon la boda con mucha ansia. Ella buscó las mejores sedas, junto con la reina. Ésta última buscó tantas joyas en lejanos países como pudo. De todas partes del mundo llegaron mensajeros cargados con sacos y sacos de oro, rubíes, diamantes y otras piedras preciosas. Mientras tanto, el muchacho estaba con el rey y la modista, confeccionando su traje. Él estaba un poco cansado por todo. Demasiado ajetreo. Las listas de invitados, las flores. Él, ayudado de uno de sus amigos, compró el anillo más bonito que vió para ella. Cuando volvió al castillo después de un día tan ajetreado, decidió entrar de improviso en la habitación de l aprincesa. Ésta se asustó, pues la oscuridad no le permitía ver quien era, pero él continuó acercándose a su cama hasta posar sus labios sobre los de ella.
Despertó el día de la boda. La mañana era preciosa y estaba organizada para medianoche. Empezaron a llegar regalos e invitados. Ella empezó a ponerse nerviosa. Estuvo varias horas vomitando. No podía ayudar ocn los preparativos porque el personal se oponía a recibir su ayuda. El muchacho estubo hasta casi la hora del enlace en las cuadras, cuidando a los caballos. Llegó la hora esperada. Ella no salía, pues el novio no había llegado al altar. Entonces entró uno de los criados. Se acercó a la reina y le susurró al oído. Ésta, con lágrimas en los ojos le dijo a su hija:
-Se ha ido.

1 comentario:

  1. HALA! JOLIN, QUE TRISTEEE! T-T Por qué se fueeee? Con lo que se querían, joooo. May, preciosooo tia! En serio. Precioso. Me encanta, ahora mismo te sigo tia jajaja

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