jueves, 20 de octubre de 2011

Los ángeles no se enamoran.

Siempre había estado sola. Había tenido muchas parejas, mucha gente a su alrededor, pero siempre sola. Nunca había habido nadie realmente para ella. Estuvo mucho tiempo enamorada. Áxiel la hacía sentir una completa mujer, se sentía querida. Se sentía respetada. Pero no era él.
Cupido la miraba desde su lugar en el cielo. Lanzaba flechas a diestro y siniestro a almas que debían estar juntas. Pero esas no.
Axiel no era para ella, y el querubín lo sabía desde el día que dió con la flecha equivocada en el pecho del que más daño le haría.
Ni siquiera supo porqué su propia flecha había cambiado el rumbo de la vida de Adela de ese modo. No pensaba hacerle daño, sólo trataba de que dejara de equivocarse, que encontrase al alma que estaba destinada a ella.

Axiel era un alma libre. Ni siquiera estaba destinado a encontrar una mujer en ese momento. Pero la flecha le dió a él.
Ese día Cupido recibió uno de los mayores castigos. Las plumas albicelestes que adornaban sus alas fueron destrozadas. Se regenerarían pronto y él lo sabía, pero también sabía que habían sido demasiado benevolentes. Ahora Adela no encontraría nunca el verdadero amor.

Y Axiel la acababa de abandonar. Desde su pequeña nube azul, Cupido sólo era capaz de ver a Adela día tras día, intentando realmente sobrevivir. Lanzaba flechas pero ella estaba ciega, no miraba lo que tenía de frente. No se fijaba en nadie. Había dejado de vivir, sencillamente sus días eran mecánicos y metódicos. Sin sus manías, sin sus risas, sin sus lágrimas.

Entonces decidió hacerlo. Bajó a la tierra. Sin ocultar las alas, entró por la ventana de Adela. Levantó su cabeza mientras ella dormía y delicadamente puso su mano contra la boca de la joven antes de que ella se despertara. Entonces él sintió algo que no había sentido nunca. Y cuando quiso darse cuenta, sintió su propia flecha clavada en su espalda. Elevó la mirada a su nube y vió, sentado sobre ella, a Gabriel, quien, satisfecho, miraba su última obra y le sonreía.
Entonces volteó a mirar a Adela, quien le miraba dulcemente y sin el terror que en un primero momento le había causado.  Quitó su mano de la boca de la muchacha. Ella mostraba una preciosa sonrisa. Y él la miraba embobado.
- Por fin te he encontrado- le dijo ella. Acarició sus alas y acarició junto a ello su alma inmortal.
"Los ángeles no se enamoran" Se repetía una y otra vez. Entonces llegó la voz de su amigo  a su oído. "El ángel del amor también tiene sentimientos, hermano."
Y volvió a posar sus ojos sobre Adela. Y sus labios. Y su vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario