sábado, 22 de octubre de 2011

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Amanece, pero las nubes anuncian otra tormenta. El sol está escondido tras las sombras que estos proyectan. Mientras escucha desde su teléfono móvil “Here comes the sun” de los Beatles, se despereza y se levanta de la cama. Se ducha. Se viste. Coge sus zapatillas favoritas y se las pone. Y sus llaves. El reproductor en el bolsillo.
Y la sonrisa que brilla en su cara. Nota la lluvia caer contra la piel desnuda de sus brazos. Nota el agua deslizarse sobre su pelo largo. Y corre.
Se refugia en la cafetería de siempre, pidiendo su taza de café caliente e intentando no dejarlo todo empapado. Los pocos clientes que entran van dejando los paraguas en los paragüeros de los lados.  Al ritmo de “Be my baby” de Ronettes sube las escaleras con el humeante tazón en las manos. Se coloca enfrente al ventanal principal y ve la lluvia caer. Se rie para sus adentros.
Y entonces los recuerdos la golpean en el pecho. La primera mirada, el primer resbalón en un día de lluvia por culpa de las baldosas de la cafetería. Las manchas de café sobre sus vaqueros. Su sonrisa preciosa mientras ella se disculpaba. Sus manos ayudándola a levantarse del suelo. El primer beso. La primera vez que poblaron esas calles solitarias. La primera vez que la acompañó a casa. La primera vez que lo amó con el cuerpo. La primera vez que le dijo lo que sentía.
El primer viaje en coche. El primer viaje en avión, que a ella le daban pánico. El cogerse de las manos, no sólo en la calle, también en privado, cuando no compartían más que la compañía el uno del otro.
Hoy llueve de nuevo. Como aquel primer día. Y no sólo llueve en la calle. Los recuerdos son alimento de vida y dolor de almas. Y sus recuerdos, esos recuerdos tan especiales sobre alguien que no está a su lado, la derrumban. Sus ojos se anegan en lágrimas. Se levanta y deja la taza sobre la mesa. No puede hacer más que irse. Donde sus recuerdos no puedan encontrarla.

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