miércoles, 24 de junio de 2015

La última copa.

Necesitaba labios que besar cuando el mundo empezara a venirse abajo y tus tacones dejaran de sonar sobre las losas vidriosas de mi casa.  

Necesitaba un pintalabios nuevo al que probarle el sabor cuando mis pezones dejaran de estar marcados por el tuyo.  

Ese maldito rojo que teñía mis labios de forma semipermanente mientras me desnudabas de todo lo que creía echar de menos.  

Nunca fuimos la última copa en casa porque siempre preferías tomar la primera y vestirte después de correrte,  dándome la espalda,  con las piernas temblorosas y los labios aún húmedos. Casi suplicando más.  

Pero nunca pidiéndome pasar la noche.  

Necesitaba algo más,  como lo que tú buscabas en ese bar noche tras noche,  detrás de hombres que no te harían sentir la mitad de mujer que mis dedos en tu piel.  

El dolor fue encontrar un pintalabios que no supiera a vacío mientras sabía que en el baño de al lado invitabas a ese moreno a pasar la noche en tu casa donde aún tenías mi olor entre las sábanas.  El dolor fue tu cara al verme ir acompañada y saber que dormirían en mis brazos los cabellos rubios que me acompañaban.

Te creíste con miedo a romperme una y otra vez desde que la luna aparecía en el cielo hasta que llegaba su reemplazo y que yo fingiría para siempre que no había pasado nada.

Ahora que tengo a alguien en la cama,  tu pintalabios sobra en mi baño.  Tus zapatos rojos han vuelto a tu armario.  Y mis besos y tus orgasmos han quedado esperándonos en ese baño de bar en el que no volveremos a entrar para comernos hasta los huesos.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario