sábado, 26 de enero de 2013

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Se me queda pequeño el cielo.
Cuando ya no sé a dónde ir y me canso de que me pongan alas.
Cuando ya no sé donde estar y me canso de que me inviten.
A veces creo que debería estar en cualquier parte.
Aunque a veces creo que esto es lo mejor.
Por supuesto, lo mejor para aquellos que piensen que la libertad es una cárcel
que no tiene barrotes ni barreras.
Una cárcel sin paredes, sin nada que ofrecer.
Una cárcel en la que tu carcelero eres tú mismo.
Ese tipo de cárceles en el que la vida que vives es la que, se supone, que tú mismo eliges.

Ese tipo de cárceles en las que uno mismo no tiene ni idea de qué hacer.
La única salida: huir.

Y huyes. Huyes, o bueno, lo planeas.
Porque no sabes a dónde corres.
Porque no sabes a dónde llegas.
Y cuando te ves, sólo y sin nada.
Y te ves cuando peor estás.
Piensas
¿Qué hago aquí?
¿Dónde está mi vals?
No había terminado de componer una canción y ya le cambiaban la melodía.

¿Qué forma de vivir es esta que merecemos?

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