lunes, 25 de marzo de 2013

El beso.

Es la sensación. El poder. Es la sensación de que es real.
Tan real como los latidos que, acelerados, recorren mi pulso e invaden, agitando, mi respiración.
De esa manera suave y sutil con la que soy capaz de escucharte pasando por mi piel.
El beso frío que me das, como si fuera sólo eso. Sólo un cuerpo, que no existe realmente.
Que está ahí para ti.
Apenas un roce de tus labios y ya no to que estoy perdida.
Entonces otro sonido distinto recorre mi piel.
Él, pasando su lengua sobre mi. Sobre donde antes estaban tus labios. Sobre donde antes podías dormir.
Recorre las marcas que dejaste. Con suavidad, con dulzura. Con algo más que eso.
Su cuerpo se aprieta contra el mío. Puedo sentirle, puedo sentir como cada vez es más intenso.

Y es mi turno.
Te busco, aunque pego mis labios a los suyos. Es sólamente el comienzo. Un mordisco lleva a otro, siempre, a otro.
Lo justo. Lo justo para empezar.

Paseo tus labios por su piel, suavemente, ajustada. El punto exacto.
Paseo mi lengua sobre tus marcas, ajustando mis labios a lo que he hecho.
Buscando el sabor de su sangre.
Tal vez sea la humedad de mis piernas, tal vez saber que tiene la otra mano recorriéndome con violencia. Noto como hunde sus dedos en mi piel, como me busca. Como me pide que continue.
Y beso con violencia sus labios, de nuevo.
Con el sabor de su sangre en un beso. Con el sabor de nosotros.

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