lunes, 1 de abril de 2013

Bajo llave

Lucía acarició la madera de ébano de su caja con delicadeza mientras estuvo apoyada sobre su blanco regazo.
Su vestido, hermoso, largo, hasta los pies, tal y como lo había pedido, tal y como lo esperaba, sólo tenía una cosa más hermosa para compararse.
Su sonrisa.

Llevaba las llaves colgadas al cuello, los dos engranajes que podían acabar con su felicidad, los dos engranajes que protegían sus mayores temores y su mayor posesión.

Paseó con su largo vestido por la playa, seguida de cerca por su madre, quién nunca se cansaba de tomarle fotografías mientras ella bailaba con las manos en alto, evitando que la caja se empapase de agua salada.

Y llegó él. Se acercó a su madre, diciéndole cómo podía llegar a un enfoque más claro, que resaltase el tono de su piel. Lucía le miró sonreída, disfrutando de su momento de gloria. De sus fotos, de su blanco vestido y sus hermosos secretos, metiendo los pies en la orilla, mojándose el bajo, acariciando la arena.

Eran unas fotografías hermosas.

Bruno, que así se llamaba el ayudante de su madre en la tienda de fotografía, las invitó al refresco de ese día, con una sonrisa de oreja a oreja, como siempre. Estudiaba en la universidad de día, Psicopedagogía.
Y se llevaba muy bien con Lucía.

Una tarde, que ella jugaba con su vestido blanco, su favorito, por la tienda, dejó la caja sobre la mesita interior que tenían para las sesiones fotográficas de los niños. Mamá había dejado la tienda sola para ir a comprar la merienda, y Lucía había quedado al cuidado de Bruno.

Bruno se acercó a la caja, con  curiosidad, y la cogió entre sus manos, mirando sus extrañas cerraduras.
"Bruno, déjala, por favor" Le pidió Lucía, estirando sus manitas hacia ella.

Lucía tenía nueve años.

Bruno la miró y sonrió.
"Sólo la dejaré si me regalas un beso."
"¿Un beso? ¿Para qué quieres un beso, Bruno? Dame mi caja, por favor" Rogó una vez más.

Bruno se agachó hacia ella, poniendo su rodilla en el suelo. Le tendió la caja, y ella se acercó rápidamente a cogerla.
Pero él fue más rápido y le plantó un tímido beso en los labios.

Bruno tenía veintidós años.

Lucía se enfadó y le pegó, después de recuperar su caja. Y se sentó, enfurruñada, mientras la acariciaba con las manos.

"Lo siento, Lucía. Solo era un beso, ¿ves? no pasa nada" Le acarició el pelo, como solía hacer su madre cuando ella estaba nerviosa.
"Déjame."
"No seas así, venga, perdóname. Dame un abrazo."
"Que no, jolín. Que no quiero."
Bruno la agarró entre sus brazos, dándole un abrazo un poco más fuerte de lo que debía para una niña de su tamaño. Ella se quejó de que le dolía. Entonces Bruno hizo algo que nunca había hecho. Olió su cuello.
"Me gusta mucho tu colonia, Lucía. ¿Cuál es?"
"No lo sé, ¿puedes devolverme al suelo, por favor?"
"Todavía no, hasta que no me abraces tú, no"

Rendida, se unió al abrazo.
"¿Ves? No es tan malo"
"Supongo...Quiero ir al suelo, Bruno"
"Vamos a jugar a algo, ¿vale?"
"No quiero jugar contigo. Has tocado mi caja."
"¿Eso es lo que te molesta? ¿Tu caja?" Bruno empezó a agobiarse.
"Es que es mía."
"¿Qué tiene dentro?"
"Es un secreto"
"¿No me lo vas a contar?"
"A nadie, no puedo hacerlo"
"¿Y la llave? ¿Es esa que tienes en el cuello?"
"Sí"
Bruno estiró la mano hacia ella, acariciándole el cuello con violencia, y la atrajo hacia él.
"Préstamela"
"No, es mía"
"¿Verdad que no quieres que pase nada, Lucía? Préstamela."

Pero Lucía se negaba. Hizo fuerza y la atrajo hacia él. Ella no dejaba de quejarse.
"Vamos, préstamela." Rodeó sus muñecas con una sola mano, impidiendo que ella se moviese mientras, con la otra mano, subía poco a poco, como si fuese un juego, por el contorno del vestido de ella.
"No, suéltame."
"No, vamos a jugar."
Metió la mano bajo su vestido, y ella empezó a gritar. Pero no había nadie que pudiese escucharla. El pueblo era pequeño y la tienda era lo suficientemente poco conocida como para que nadie entrase en unas horas. Y mamá no llegaba.
La mano de él subió por sus pequeños muslos. Llegó a su intimidad y la acarició con firmeza. Ella le pidió que la dejase en paz, una vez más, sin éxito. Siguió acariciándola con una sola mano, hasta llegar a quitarle el vestido. Lucía empezó a llorar y a pedirle que la soltara.
"Te soltaré si te portas bien" le dijo Bruno.
Ella prometió portarse bien. Prometió que no se movería. Prometió que no iba a hacer nada. Que iba a dejar de llorar, sólo si él la dejaba en paz.
Pero ella ya sabía que él no la iba a dejar en paz. Siguió tocando su cuerpo durante el tiempo que ella se mantuvo quieta, en su desnudez, con el vestido en el suelo.
Y empezó a acariciarse a si mismo, delante de ella. Como hacía cada vez que se quedaban solos.
Ella estaba cansada de ese juego. No le gustaba que Bruno la tocase.
Pero esta vez fue más allá. Le pidió que se sentase sobre él. Y ella se negó. Él la amenazó. Y ella siguió negándose.
Entonces agarró con fuerza su colgante y, de un tirón, lo partió, quedándose con la llave.
"¿La quieres, Lucía?"
"Dámela, por favor" Lloró ella.
"Ven a por ella."
La niña, desesperada por mantener su secreto, fue a buscar la llave. Al final consiguió tenerla donde él la quería.
En un movimiento rápido, entró dentro de la niña, que ahora lloraba con más fuerza e intentaba escapar. Sentía que le habían arrancado algo más que su llave y su vestido, le habían arrancado su alma. Le golpeaba, le arañaba con todas sus fuerzas.
"Relájate. Sólo será un momento."
Y continuó con su faena, haciendo caso omiso de los ruegos y gritos de la niña.

Cuando terminó, la empujó al suelo. Se levantó, poniéndose los pantalones de nuevo en su lugar. Con la llave aún en la mano y Lucía en el suelo, llorando en voz baja, se acercó a ella.

"Deberíamos jugar a esto más a menudo. ¿No ha sido divertido?"
Tiró la llave sobre ella, quien aún estaba recogiendo sus fuerzas para ponerse el vestido nuevamente.
"Deberías aprender a portarte bien." Le dijo de forma despectiva.
La ayudó a vestirse y le susurró al oído.
"Mete esto en tu caja. La próxima vez que no te portes bien, será peor."

Con lágrimas en los ojos, apretó su llave con fuerza dentro de su mano. Se acercó a la caja y la acarició con los dedos, dejando de llorar al instante. Respiró hondo y se secó las lágrimas.

"La próxima vez..."
Un escalofrío recorrió su espalda. Y guardó ese secreto en su caja, bajo llave.

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