jueves, 30 de mayo de 2013

A veces

A veces olvido cómo disfruto con las pequeñas cosas.
Olvidé cómo me gustaba cocinar en mi casa. Y cocinar cuando éramos muchos los que comíamos.
Olvidé cómo me gustaba sonreír por la calle, bailar e intentar montar coreografías conmigo misma mientras canto a pleno pulmón.

A veces olvido cómo me gustaba ver encenderse las luces de las farolas, sobre todo cuando llueve, para poder ver las gotas de lluvia.
Y olvidé bajar las escaleras corriendo y en pijama, descalza, para bailar bajo ella a medianoche en mitad de la carretera.

A veces me olvido de cómo pronunciar su nombre, de si llamarle amor, o de si llamarle idiota.
Aunque nunca me gustó insultarle, ni cuando se lo merecía.
Olvido que no me gustan las flores cortadas, a pesar de que trabajo en una floristería.

Olvido que odio las manualidades, que nunca se me dieron bien y que siempre peleé contra hacerlas.
Olvido que me gusta beber agua, haga el tiempo que haga, siempre me gustó el agua.

Olvido que me cosía los pantalones a puntadas y que, si quería, les pegaba trozos de cualquier tela que encontrase.
A veces me olvido de que me pintaba las uñas de diferentes colores y nunca dejaba que se me secasen.

A veces olvido que no tengo memoria para los cumpleaños, pero que hay fechas que sí recordaré siempre. Y olvido que tu número detestado es el 22, que mi favorito es el 4 y que no estamos destinados.

A veces me olvido de que, del rosal blanco, no cogiste ninguna flor porque te pedí que no la cortases, porque me dolía ver cómo morían.

Y me olvido de que el sigilo nunca fue mi fuerte, de que salté muros sólo por verte, y eso que nunca me gustó el ejercicio.

A veces, muchas veces, olvido que esos sonidos pequeños y dulces de la naturaleza son los que más me gustan. Las pisadas con tacones, el teclear de unos dedos. El escucharte sonreír. Lo echo de menos.

El escucharte doblando y rasgando el papel para hacer esas figuritas.

A veces olvido no hacer sopa a las tres de la mañana, de esa de sobre que yo tanto odio y que a ti te gustaba.

A veces olvido que tus ojos cambiaban de color con el sol, que en algún momento te brillaban y que mi mano era tu mano, tanto que no la soltabas jamás.

Olvido el sonido de tu voz, sí. Olvido todo lo que algún día fuimos.

A veces me olvido de que quería entregarte todo lo que soy y, cuando me acuerdo, me doy cuenta de cómo cambian las cosas.

Y de que odio las flores muertas.


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