jueves, 23 de mayo de 2013

Nadia

Nadia.

La amé más que a ninguna, a pesar de que a todas las amase más que a ninguna.
Su nombre suena en mi cabeza cada vez que hablan de amor. Nadia.

Amaba todo de ella, aunque era un susurro, un secreto. Una caricia que atravesaba el aire entre su piel y la mía. Nadia.

Bastaba que abriese la boca y susurrase mi nombre, siempre, para que sólo yo la oyera. Siempre era música en mis oídos, su timbre incansable. Nadia.

Su boca no buscaba la mía, aunque la mía desease ser suya en cada instante. Aunque desease ser algo más que un nombre para ella. Aunque luchase por serlo todo. Nadia.

Hablaba del primer amor con el corazón acelerado. Hablaba del primer amor como si aún lo sintiese, y lo hacía. Se llenaba la boca de rimas y los oídos de cantares. Los ojos de chiribías y la sonrisa de amaneceres. Nadia.

Esos amaneceres que llegaban mientras lloraba por no tenerle, esos amaneceres en los que una llamada suya compartía mi visión del sol salir por mi ventana. Y un chocolate con leche cargado. Y escucharla llorar. Nadia.

Salir de su casa bien amanecida, como sólo una amiga más, aunque durmiendo en la misma cama. Oír su voz gritarme en la puerta de casa que por qué había vuelto a irme sin avisar. Nunca decirle que la amaba, porque estaba fuera de lugar. Nadia...

 Nadia, ¿cómo te explico que estaba enamorada de ti? De tus libros. Tus historias. Tus películas tan extrañas. Tu voz y tu guitarra, que suenan acordes, acompasadas.

Solamente era una amiga. Esa amiga rara que iba a consolarte las noches en las que ni tú misma estabas. Te amé como a ninguna, aunque viste pasar muchas por mi vida. Y viste tantas despedidas sin tener que aguantarme el llorar.

Yo era fuerte por las dos, Nadia. Era fuerte por ti y por mí. Era fuerte porque no me iba a permitir caerme mientras te ayudaba a levantarte.

Dulce Nadia...

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