miércoles, 8 de mayo de 2013

Ella



Y te encontraba ahí, en tu esquina, preguntándotelo todo. Dudando de todo, hasta de mí. Tan hermosa, con tu cigarro, al aire libre, con tu libreta y ese bolígrafo en las manos. Y no podía hacer más que observarte desde mi esquina. 
Llamarte con la mirada cuando empiezan a caer esas débiles gotas de lluvia mientras veo cómo te quitas los auriculares y los dejas a buen recaudo en el quicio de la ventana, junto a la libreta. Y te sientas, encendiendo otro cigarro, a esperar que el agua empiece a caer sobre ti, sobre tu cuerpo.

Y rompes a llorar. Empiezas a temblar y te veo. Te veo sin poder decirte nada. Sin poder tocarte. Sin saber qué hacer, porque ya estás cansada de que mis brazos siempre te retengan. Hace mucho que gritas "¡libertad!" dentro de tu prisión.

Si supieras que tu prisión está en tu mente. Que esa prisión en la que quieres creer no existe. Que la única prisión que realmente aceptas es la de mis brazos cuando ya no puedes más.
Que no eres prisionera de nadie, ni siquiera de ti. Que tienes el poder de cambiarlo todo de la mejor manera, aunque tú sólo veas la mala.

Quieres cambiarlo todo volviendo a hacer lo de siempre sin darte cuenta de que eso no cambia nada, que hace que todo se vuelva cíclico, que cada poco tiempo estés mal de nuevo e intentes volver a hacerlo.
Que no te cansas de médicos, que no te cansas de heridas. Que te gusta. 

Esa es tu excusa. "Me gusta". 

Y estoy tan cansado de oírlo que lo oiría toda mi vida si sale de tus labios. Siempre y cuando siga saliendo de tus labios estaría dispuesto a escucharlo.

Porque sabes que puedes dar más. Y cuando lo haces, al mínimo tropezón, caes.
Porque no sabes qué hacer contigo.

Pero no pasa nada, si no sabes qué hacer contigo, yo lo haré.

¿Vale?
Yo te amaré por los dos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario