miércoles, 18 de septiembre de 2013

Quimeras.

Me hundía sin remedio. Era como un barco profundamente anclado al fondo. Oía, a lo lejos, cantos de sirena que me invitaban a seguir luchando por flotar. Pero no me ayudaba a mejorar, sólo a mantenerme.
Era como un barco sumergido en sus miedos, el miedo a avanzar sin saber si el camino me llevaría a buen puerto. Y no me movía.

Los cantos de sirena me rodeaban por todas partes, pero ninguna valiente había sido capaz de acercarse, como si yo fuera una absurda quimera a la que temer.

Entonces llegó ella. Armándose de valor, como ninguna había hecho antes, se acercó al barco hundido y tocó con sus cantos el viejo casco hasta atravesarlo para llegar al motor que ya daba por perdido. Y tal vez fuese su fuerza. Las ganas de vivir. De hacerme flotar, sus ganas de no dejarse atrapar, lo que me hizo querer moverme.

Tal vez al ver su curiosidad a mis gritos de alerta, a mis cañones ya desgastado de las guerras perdidas, lo cercana que la sentí. Lo increíble de todo aquello, por querer verme cuando yo más necesitaba salir a flote, cuando estaba a punto de darme por vencido, que me diera la mano, rozando las capas de madera ya enmohecida y vieja sin miedo ni pudor. Escucharla cercana, hablarme sin miedo.empecé a tener ganas de avanzar de nuevo.

Pero dejó de ser una sirena. Digna de ser llamada Calíope, pasó a ser mi musa.

Una sirena llena de miedo, una Calíope de nombre merecido, aún a pesar de su pánico a ser reconocida. Aún a pesar de su miedo a entrar, la valentía que demostraba, las ansias de observar qué había más allá de aquel océano que nos mantenía a ambos presos.

Y lo hizo, vaya si lo hizo. Agarró el ancla y la recogió, reparó las grietas de la cubierta, de proa a popa, arregló los huecos que se escondían sigilosos entre la arena que comenzaba a cubrir la obra viva., inventó una quilla nueva para que pudiera mantenerme en pie.
Trabajó en la sala de mandos y en el motor, dejándolo completamente nuevo. 

Me hizo sentir que había revivido de aquellas noches del hundimiento, de aquellos momentos en los que pensaba que no podría salir.
Me dio una manera de seguir navegando, y junto a ella, la elegí.

Aún así seguimos en los mares. Aún así, seguimos navegando océanos, deseando llegar a puerto, pero no tenemos prisa. Navegamos en silencio, con nuestros cantos compartidos, con nuestros rumbos, escribiendo nuestros nombres en las orillas de cada playa en la que no podemos quedarnos.

Pero llegaré a puerto, y la llevaré conmigo. Y conocerá lo que hay fuera del agua, conocerá lo grande que puede llegar a ser. Lo que puedo llegar a ser por ella.

Lo que seremos. 

1 comentario:

  1. Mi vida, esto es precioso. Llegaremos a puerto pronto, tendremos un hogar, te lo prometo.

    ResponderEliminar