Me hundía
sin remedio. Era como un barco profundamente anclado al fondo. Oía, a lo lejos,
cantos de sirena que me invitaban a seguir luchando por flotar. Pero no me
ayudaba a mejorar, sólo a mantenerme.
Era como un
barco sumergido en sus miedos, el miedo a avanzar sin saber si el camino me
llevaría a buen puerto. Y no me movía.
Los cantos
de sirena me rodeaban por todas partes, pero ninguna valiente había sido capaz de
acercarse, como si yo fuera una absurda quimera a la que temer.
Entonces
llegó ella. Armándose de valor, como ninguna había hecho antes, se acercó al
barco hundido y tocó con sus cantos el viejo casco hasta atravesarlo para
llegar al motor que ya daba por perdido. Y tal vez fuese su fuerza. Las ganas
de vivir. De hacerme flotar, sus ganas de no dejarse atrapar, lo que me hizo
querer moverme.
Tal vez al
ver su curiosidad a mis gritos de alerta, a mis cañones ya desgastado de las
guerras perdidas, lo cercana que la sentí. Lo increíble de todo aquello, por querer verme cuando yo más necesitaba salir a flote, cuando estaba a punto de darme por vencido, que me diera la mano, rozando las capas de madera ya enmohecida y vieja sin miedo ni pudor. Escucharla cercana, hablarme sin miedo.empecé a tener ganas de avanzar de nuevo.
Pero dejó de ser una sirena. Digna de ser llamada Calíope, pasó a ser mi musa.
Una sirena
llena de miedo, una Calíope de nombre merecido, aún a pesar de su pánico a ser reconocida.
Aún a pesar de su miedo a entrar, la valentía que demostraba, las ansias de
observar qué había más allá de aquel océano que nos mantenía a ambos presos.
Y lo hizo,
vaya si lo hizo. Agarró el ancla y la recogió, reparó las grietas de la
cubierta, de proa a popa, arregló los huecos que se escondían sigilosos entre
la arena que comenzaba a cubrir la obra viva., inventó una quilla nueva para
que pudiera mantenerme en pie.
Trabajó en
la sala de mandos y en el motor, dejándolo completamente nuevo.
Me hizo sentir
que había revivido de aquellas noches del hundimiento, de aquellos momentos en
los que pensaba que no podría salir.
Me dio una
manera de seguir navegando, y junto a ella, la elegí.
Aún así
seguimos en los mares. Aún así, seguimos navegando océanos, deseando llegar a
puerto, pero no tenemos prisa. Navegamos en silencio, con nuestros cantos
compartidos, con nuestros rumbos, escribiendo nuestros nombres en las orillas
de cada playa en la que no podemos quedarnos.
Pero
llegaré a puerto, y la llevaré conmigo. Y conocerá lo que hay fuera del agua,
conocerá lo grande que puede llegar a ser. Lo que puedo llegar a ser por ella.
Lo que
seremos.
Mi vida, esto es precioso. Llegaremos a puerto pronto, tendremos un hogar, te lo prometo.
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