Tenía un amigo muy bueno, conocido de
hace tiempo. Quizá era sólo un amigo, aunque siempre lo vi como una
mejor amistad. Me defendía de los demás, dándoles su merecido
cuando me hacían daño. Y me atacaba a mí cuando sabía que había
hecho algo malo. Y eso me gustaba. Que siempre tuviera ese sentido de
la nobleza que, a veces, nos acaba haciendo a todos bastante menos
personas de lo que realmente somos.
Tenía un amigo, un amigo que
necesitaba de mí tanto como yo de él. Un amigo al que recurría
cuando no sabía qué más hacer. Un amigo que siempre estaba para
mí. Ya fueran las buenas, las malas o las peores.
Hablo en pasado, y digo que tenía,
porque me di cuenta de que, poco a poco, empezaba a venderme cada vez
un poco más.
Mi amigo, mi querido amigo, se llamaba
Karma.
Solía coger mi corazón, cuando ya lo
habían destrozado, e ir con él al mercado negro, donde se trafica
con sentimientos vanales como el pasotismo, hasta sentimientos reales
como el odio o el amor.
Llegaba y colocaba mi corazón en el
puesto de corazones de repuesto.
No lo vendía como un corazón
dispuesto a reemplazar a otro, no. Lo vendía a grito de:
-¡Recién herido! ¡Perfecto para
mejorar su estado y después volver a herir! ¡Es un corazón fuerte
y ya casi no llora! ¡No miente, no engaña, enamora!
Y muchos compradores se paraban a su
paso. Hombres y mujeres adolescentes en busca de un corazón al que
no le hiciera falta latir con cronometraje. En busca de un corazón
al que no le hiciera falta sentir algo más que el poco cariño que
estaban dispuestos a pagar por él.
Yo no me daba cuenta de que él me
usaba como mercancía. Leía muchas veces cómo le iban las ventas,
pero nunca supe que, realmente, vendía corazones heridos a posibles
asesinos de amores.
Y mi pobre corazón oxidado, poco a
poco, iba transformándose en una coraza de óxido que recubriría
los sentimientos importantes de manera que, al presionarlo con el dedo,
cayera de tal modo que nunca, jamás, se borraría la herida que
abría el dedo acusador que lo empujaba.
Se paró frente al puesto, hace
relativamente poco, esta chica a la que mi corazón no pudo
describir, pero que se asomó a ver con curiosidad. Esta chica era
una sombra. Casi tanto como yo, quizá una sombra diferente, un poco
más grisácea que negra como era la mía. Pero le miraba fijamente.
No presionó con el dedo, buscando abrir el óxido y crear una
herida, no.
Lo tomó con sus manos y preguntó si
podía quedárselo.
Karma la miró y le respondió
amablemente si estaba dispuesta a pagar el precio que realmente
costaba ese corazón.
Asintió afirmativamente y lo tomó con
sus manos, mientras Karma le arrancaba el suyo y lo ponía en la
bolsa en la que siempre me llevaba un regalo.
Ahora ella tiene mi corazón viviendo
en su pecho. Y Karma me ha traído el de ella para llenar mi vacío.
A veces me da miedo que mis latidos
doloridos no sean suficiente para que su cuerpo funcione.
Y a veces me doy cuenta de que su
corazón no está tan herido. A medida que pasan los días se reabren
algunas heridas. Pero intento cerrarlas todas, porque es el motivo de
mi vivir.
Escuchar ese corazón que no es el mío,
en mi pecho, latir.
Me gusta, sobre todo a partir del mercado negro y el dedo presionante. ¡Abrazos!!!!!
ResponderEliminar