miércoles, 6 de noviembre de 2013

...

Tenía un amigo muy bueno, conocido de hace tiempo. Quizá era sólo un amigo, aunque siempre lo vi como una mejor amistad. Me defendía de los demás, dándoles su merecido cuando me hacían daño. Y me atacaba a mí cuando sabía que había hecho algo malo. Y eso me gustaba. Que siempre tuviera ese sentido de la nobleza que, a veces, nos acaba haciendo a todos bastante menos personas de lo que realmente somos.

Tenía un amigo, un amigo que necesitaba de mí tanto como yo de él. Un amigo al que recurría cuando no sabía qué más hacer. Un amigo que siempre estaba para mí. Ya fueran las buenas, las malas o las peores.

Hablo en pasado, y digo que tenía, porque me di cuenta de que, poco a poco, empezaba a venderme cada vez un poco más.

Mi amigo, mi querido amigo, se llamaba Karma.
Solía coger mi corazón, cuando ya lo habían destrozado, e ir con él al mercado negro, donde se trafica con sentimientos vanales como el pasotismo, hasta sentimientos reales como el odio o el amor.
Llegaba y colocaba mi corazón en el puesto de corazones de repuesto.
No lo vendía como un corazón dispuesto a reemplazar a otro, no. Lo vendía a grito de:
-¡Recién herido! ¡Perfecto para mejorar su estado y después volver a herir! ¡Es un corazón fuerte y ya casi no llora! ¡No miente, no engaña, enamora!
Y muchos compradores se paraban a su paso. Hombres y mujeres adolescentes en busca de un corazón al que no le hiciera falta latir con cronometraje. En busca de un corazón al que no le hiciera falta sentir algo más que el poco cariño que estaban dispuestos a pagar por él.

Yo no me daba cuenta de que él me usaba como mercancía. Leía muchas veces cómo le iban las ventas, pero nunca supe que, realmente, vendía corazones heridos a posibles asesinos de amores.
Y mi pobre corazón oxidado, poco a poco, iba transformándose en una coraza de óxido que recubriría los sentimientos importantes de manera que, al presionarlo con el dedo, cayera de tal modo que nunca, jamás, se borraría la herida que abría el dedo acusador que lo empujaba.

Se paró frente al puesto, hace relativamente poco, esta chica a la que mi corazón no pudo describir, pero que se asomó a ver con curiosidad. Esta chica era una sombra. Casi tanto como yo, quizá una sombra diferente, un poco más grisácea que negra como era la mía. Pero le miraba fijamente. No presionó con el dedo, buscando abrir el óxido y crear una herida, no.

Lo tomó con sus manos y preguntó si podía quedárselo.
Karma la miró y le respondió amablemente si estaba dispuesta a pagar el precio que realmente costaba ese corazón.
Asintió afirmativamente y lo tomó con sus manos, mientras Karma le arrancaba el suyo y lo ponía en la bolsa en la que siempre me llevaba un regalo.

Ahora ella tiene mi corazón viviendo en su pecho. Y Karma me ha traído el de ella para llenar mi vacío.
A veces me da miedo que mis latidos doloridos no sean suficiente para que su cuerpo funcione.
Y a veces me doy cuenta de que su corazón no está tan herido. A medida que pasan los días se reabren algunas heridas. Pero intento cerrarlas todas, porque es el motivo de mi vivir.


Escuchar ese corazón que no es el mío, en mi pecho, latir.

1 comentario:

  1. Me gusta, sobre todo a partir del mercado negro y el dedo presionante. ¡Abrazos!!!!!

    ResponderEliminar